Henry Adams dijo sabiamente: "un maestro afecta a la eternidad; nunca se sabe dónde termina su influencia". Si alguien hace honor a esas palabras, esas son las maestras de infantil. Con ellas los pequeños/as aprenden, descubren y dejan atrás, como en una involuntaria e inconsciente metamorfosis, sus pieles de bebés, para convertirse en niños y niñas cada vez más conscientes de sus actos y de su influencia en el pequeño mundo que les rodea.
Como agradecimiento a la labor desempeñada con dos alumnos en un centro de infantil de la capital, su madre encargó algo especial, que fuera práctico y que representara un agradecimiento global a la labor de todas las profesionales del centro, indistintamente del tiempo que compartieran con sus hijos. De esa idea, nació...y creció, este proyecto: un corcho para la sala de profesoras, en el que se distinguen distintas secciones: Horario, Pensamiento del día, un lugar reservado a las cosas que no deben olvidarse, un espejo donde pintarse la sonrisa cada mañana y un espacio dedicado a una filosofía de la que todos deberíamos practicar un poco.
Los propios niños participaron coloreando sus marcos de fotos, eligiendo los colores de las flores, realizando adornos y escribiendo los carteles identificativos de cada zona.
Un trabajo con el que he disfrutado y, por qué no decirlo, con el que he soltado de donde estaba bien guardado, al gusanillo de maestra que mantengo atado...eso sí, con cuerda muuuuuuy larga, para que campe a sus anchas.
Gracias a Cinta y a Carlos por confiarme este (y otros) trabajos tan especiales como ellos...y por supuesto, a mis pequeños ayudantes.
Pinchad en las fotos para ampliar.
No hay comentarios
Publicar un comentario
Cuéntame qué te ha parecido